Luz fluorescente: A pesar de haber sido un invento poco reciente –su historia
se remonta casi a la invención de la bombilla incandescente, sólo que sus altos
costos de instalación y mantenimiento desalentaron su uso–, las mejoras que
sobre él se hicieron a mediados del siglo pasado lo sacaron de la lista de
“patentes inviables” y lo volvieron un dispositivo de creciente popularidad. La
luz fluorescente es conocida por la extrema eficiencia que ofrece en contraste
con las luces incandescentes y de halógeno. Ampliamente usada en ambientes de
trabajo y oficina, para extender su vida útil, se recomienda usarla en sitios
donde se requiere que esté encendida continuamente (evitar estar prendiéndola y
apagándola). A los muchos beneficios de la luz fluorescente, se opone una
consideración: dado que es una luz no-continua, su uso no se recomienda para
lectura ni trabajo fino o minucioso.
Luz fluorescente compacta: Conocida como “foco ahorrador”, esta luz presenta características muy similares a la luz fluorescente tradicional, sumando la ventaja de que su presentación con rosca –como el de las bombillas incandescentes- la hace práctica por su fácil instalación y nulo mantenimiento. Las innovaciones sobre este tipo de lámparas hacen posible que hayan ampliado su gama de “temperatura de color” (los tonos en que vemos la luz), abriéndonos más opciones que la luz fría en la que típicamente se nos presentaba: ahora podemos encontrarlas en la cálida luz ambarina que remeda la de un foco incandescente. A pesar de que los focos ahorradores son dispositivos mucho más costosos que los incandescentes, resultan una inversión, dado que presentan mucha mayor eficiencia energética, con lo que son sustentables ambiental y económicamente.
Además, las horas de vida de una lámpara para de este tipo son más que las de un foco incandescente, lo que requiere que compremos luces con mucha menor frecuencia. Lo mismo que las fluorescentes normales, las fluorescentes compactas no se recomiendan para lectura continua ni tareas minuciosas, siendo la luz de halógeno, la luz LED y, por supuesto, la luz natural, más apropiadas a estos propósitos; asimismo, las lámparas fluorescentes contienen mercurio que, si bien se encuentra en bajas proporciones, es un desecho que debe ser dispuesto de manera especial.
Luz de diodos emisores (LEDs): Son la última tendencia en iluminación. Son los campeones de entre todas las posibilidades de luz artificial, aportando muchísima más luz por la energía que consume sin producir calor, además de tener una vida mucho más larga – por cientos de miles de horas – que su segundo competidor más cercano en rendimiento y eficiencia – la luz fluorescente –. Una ventaja adicional es que no contienen, ni mínimamente, sustancias que requieran algún tratamiento especial –como sucede con las fluorescentes–. Aunque son más costosos que las lámparas fluorescentes compactas, y muchísimo más que las incandescentes, decidir iluminar con LED nuestros espacios resulta no sólo una decisión ambientalmente inteligente, sino también sustentable para nuestro bolsillo: pasarán las décadas y seguiremos disponiendo de las mismas luminarias, además de que nuestra factura eléctrica se verá sustancialmente reducida.
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